Conocí a Chivi en la escuela, cuando a los 10 años empecé 5º de EGB donde las monjas. Estuvimos en la misma clase y jugamos al fútbol en los recreos durante tres años pero no recuerdo haber hablado mucho con él. Era uno más de los chicos de la escuela que desapareció de mi vida cuando empecé el instituto. Durante años le olvidé hasta que hace unas semanas volví a cruzarme con él, en la acera, ambos de camino, saludándonos sin cruzar palabra pero reconociéndonos. Si el aspecto de una persona nos habla de la vida que lleva la de Chivi no debe (debía) de ser fácil.
La crudeza de un correo en el spam del buzón del ayuntamiento me ha traído de nuevo a Chivi
– “Desearía,y me haría feliz que el Ayuntamiento hiciera una mínima mención a uno de sus habitantes que nos ha abandonado para siempre, José Luís Nuñez Abad, Chivi, que vivió sin familia, que solo nació y solo murió”. “Muchos ciudadanos lo despreciaron por alcohólico. Quiso curarse, pero no llegó a tiempo. Una persona no se hace alcohólica o ludópata o anoréxica o cae en una depresión sin un motivo de fondo…”
Busco infructuosamente una esquela que nadie ha mandado escribir; si la cotidianidad nos hace inmunes a la marginación y a la soledad de los conocidos, qué será con la de los extraños.
Abro la biblio y saludo al Yoni, a Alberto y a Bolota. Los tres comparten con Chivi problemas de soledad y de exclusión y me pregunto qué encaminó los pasos de estos hacia una biblioteca mientras que él nunca la encontró en su camino. Intercambiamos unas palabras, tal vez las únicas que crucen a lo largo del día; todos necesitamos esas palabras, ellos para esquivar momentáneamente la indiferencia y la incomprensión, yo para creerme mi trabajo…
Estimadas, estimados colegas: buen día de la #biblioteca.