El otro día me asomaba por esta ventana argumentando que no consideraba este un buen momento para impulsar un modelo de préstamo de ebooks tal y como la industria lo plantea. La razón, por si no quedó claro, no es la negación de la necesidad del servicio sino las reglas de juego sobre las que quieren hacer pivotar el mismo.
Sí la industria editorial argumenta en términos de “defensa de la industria y del autor” nosotros debemos plantear la defensa de la industria, del autor y de la cultura. En un escenario de desaparición de librerías y en el que las editoriales no garantizan la conservación de su propio fondo (!ay qué caro está el m2¡) no debemos olvidar que las bibliotecas son el último reducto físico del libro, del autor y su obra. Nuestro trabajo, sufragado por todos, tiene un impacto económico que no quieren reconocer pero que debemos esgrimir. ¿Y si las bibliotecas cobrasen a autores y editoriales por el privilegio de que sus libros tengan unos m2 de exposición permanente que garantiza la calidad de su visibilidad y conservación?.
El mercado niega a las pequeñas bibliotecas públicas el acceso al ebook dejándolas a expensas de la negociación entre las plataformas distribuidoras y las administraciones. Podemos ofrecer papel pero no bites y eso está favoreciendo la aparición de canales alternativos de descubrimiento y acceso a la lectura. Y ahí perdemos todos.
Entre el acceso restrictivo y muy limitado al contenido que nos proponen (no compramos una obra sino que pagamos por acceder a ella n veces por un tiempo) y ese “pirateo” al que tanto aluden (y fomentan…hasta hacernos pensar mal) debe haber un punto intermedio. ¿Por qué no facilitar una compra de contenido digital con tratamiento de libro impreso? (si se compra “un” ejemplar se presta “un” ejemplar por el tiempo estipulado, no estando accesible para otro usuario mientras tanto). La tecnología lo permite, ¿dónde está el problema?. Quien esgrima que el desgaste del papel que limita el número de préstamos y “obliga” a reponer el libro no se da en un ebook es porque esconde la obsolescencia de dispositivos y formatos; sobre el mensaje nada subliminal que identifica libro prestado con libro no vendido prefiero abstenerme. Y si alguno piensa que eso es inviable les recomiendo un paseo por la editorial Susa o por el CIELO.
La lectura en pantallas necesita una entente cordial entre los deseos de la industria editorial y la defensa del préstamo en bibliotecas. En este punto, las instituciones interesadas en que la industria cultural florezca tienen que ayudar a perfilar el modelo de acceso a la lectura que desean defender. Y tienen que decidir si lo harán buscando el equilibrio o primando a la parte aferrada al (irrecuperable modelo del negocio) papel. Solo espero que cuando negocien recuerden lo de los m2.