No me extraña que con tanto cambio a Javier Leiva le duela en la biblioteca pensando en qué van a encontrar sus hijos si deciden aparecer por allí. Como él, también estoy preocupado: mira que si lo primero que encuentran es un mostrador custodiado por un tipo con gafas (¡ay, la presbicia!) o una señora con moño, sin un smartphone en el bolsillo o un tablet entre las manos. Vaya, para una vez que se animan a venir, se topan con lo más rancio del modelo anterior sin las prestaciones más innovadoras del nuevo.
Cualquier persona que se acerca a nuestros mostradores (todavía muchas, a tenor de las estadísticas) posee la tecnología para descubrir y acceder a la información; sus principales estímulos para seguir acudiendo a las bibliotecas no serán ni la colección ni el catálogo, sino el espacio y, sobre todo, el factor humano (sí, me refiero a tí que estás leyendo estas líneas). El edificio sigue siendo muy importante (y hay que cuidar los detalles: mobiliario adaptado a las nuevas necesidades, ambiente agradable,…a mí personalmente me gustan con posibilidad de café) pero no como espacio físico contenedor y cerrado sino como un lugar de socialización y de tránsito en el que los profesionales facilitarán a las personas la vida en el entorno digital.
La capacitación tecnológica es clave y, hoy por hoy, se consigue con un smartphone en el bolsillo. A diferencia de periodos anteriores, no disponemos de una tecnología específica para bibliotecas sino de una tecnología cotidiana “tuneada” para uso bibliotecario. Negar la mayor y obcecarse en vetar llevar un cacharro de esos por considerarlos una intromisión del trabajo en el ámbito privado nos impide conocer para poder tunear.
Por favor, cuando vayas a subvencionar el smartphone de tu hijo no te olvides de renovar tu zapatófono. Las gafas y el moño son inevitables (vemos mal de cerca y el pelo recogido es más cómodo), lo de los dispositivos, no. Y eso sí que es preocupante.
Por cierto, Natalia cuenta lo mismo…pero de otra manera 😉
Oso egokia eta, gainera, oso polita.