[Biblioblog] Vuelvo de vacaciones y veo con agrado que mis colegas de blog han estado serios y productivos en agosto. Y es que como quedó más o menos demostrado con #biblioteca agosto ya no es lo que era. Por vergüenza torera leo a mis colegas para ponerme al día… y constatar que no lo hacen mal del todo 🙂
Uno de los post de Natalia reflexionaba sobre los cambios que están sufriendo las bibliotecas y sus profesionales y cómo los biblioblogueros yankis estadounidenses enfatizan la repercusión que tiene la biblioteca en los medios de comunicación USA. En Peñaranda han incidido en la importancia del bibliotecario/gestor cultural en un momento en el que ni los libros quieren estar en las bibliotecas.
Durante mucho tiempo creí que el mejor síntoma de que la biblioteca iba bien es que no se hablase de ella: si no das qué hablar (pensaba, como buen funcionario) es que las cosas van bien. Tras unos cuantos años en este negocio he cambiado de opinión y coincido con los biblioblogueros de Natalia: es interesante que se hable de la biblioteca, que tengamos visibilidad. Y, curiosamente, aunque sea preferible que a uno le pongan bien tampoco es malo que de vez en cuando nos pongan a caldo.
Sobre las transformaciones de las bibliotecas y los profesionales al alimón del 2.0centismo constato con agrado que la biblioteca de pueblo (del mío, se entiende, que la mala práxis es propia) tiene un gran bagaje 2.0 … anterior a las reflexiones de Dale Dougherty: lugar de reunión, sala de juegos, nada de silencio. Lo curioso es que nos avergonzamos de ello y preferimos no airearlo, como quien esconde algo tremendo.
¿Por qué no aprovechar el momento para «poner en valor» nuestras «malas costumbres» e intentar transformar los servicios bibliotecarios?; ¿Por qué no defender nuestro «imaginario» de biblioteca para poder facilitar sin estridencias la transformación del «imaginario» de nuestros usuarios y responsables…aunque nos genere conflictos?
En mi imaginario la palabra prevalece sobre el silencio…Un usuario, anciano, desliza sus opiniones entre petición y petición de libro ; ese usuario viene a la biblioteca porque desea leer e, intuyo, porque de paso conversa un poco; otro usuario, más joven y opositor, se desconcentra y nos recrimina, chistando. Ambos son mis usuarios y ambos merecen un buen trato pero ante el «bibliotecario, eso no se hace» atajo con contundencia: «la comunicación directa con el usuario es un servicio que ofrece esta biblioteca; el silencio, no»; tensión, cruce de miradas… Al día siguiente el usuario opositor vuelve y me pide las normas escritas de la biblioteca; desea que le demuestre lo de la prevalencia de la palabra sobre el silencio, y, argumenta, en ninguna otra biblioteca de las que utiliza se permite hablar; replico que no hay normas escritas ni carteles de prohibido hablar con el personal y le animo a poner una queja. Al fin y al cabo siempre es bueno que hablen de uno…aunque sea mal.
¡Bravo!
¡Como me suena todo lo que estás contando!
Trabajo en una biblioteca privada cuyos usuarios son (aunque no sólo, porque también permitimos la consulta al público en general) básicamente ancianos y opositores.
Sólo les ruego que guarden silencio cuando se ponen a contar batallitas porque eso me desconcentra incluso a mí.
Respecto a tu última frase… que se lo digan a los de Recbib, que han salido fortalecidos tras esa absurda queja
A mí me parece muy importante la conversación con el usuario, por trivial que sea, frente al silencio que demanda el complemento perfecto de la mesa y la silla. Ese diálogo, sobretodo si es para quejarse del servicio, me mantiene alerta.
La conversación con el usuario es prioritaria, aunque nos cuenten hasta cómo acaban los libros.
En cuanto a las quejas, en 15 años, sólo he recibido una y no directa de una socia no usuaria que se dedicó a denostarme por Internet (todo falso) y me enteré de rebote.
No tengo a mano el enlace, pero era para morirse de risa.
El diálogo con el usuario es básico, igual que el diálogo entre usuarios. En bibliotecas pequeñas tenemos el difícil handicap de compatibilizar el uso que de la biblioteca quieren hacer los que piden silencio con otros usos más «ruidosos».
Algunas bibliotecas que conozco tienen unas horas a la semana de «no-silencio» para trabajar en grupos, conversar, hacer actividades, etc. Otras nos apañamos como buenamente podemos hablando por lo bajini, pero mucho, que tenemos muchas cosas que contar y que escuchar.
Tan mal no lo debemos hacer, porque se nos llena el chirnguito de usuarios de lo más variopinto: unos leen, otros navegan, estudian, dibujan, escriben libros… Y los hay que se ponen tapones en los oídos. También podríamos incluirlos en el servicio ;-P
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