Aprender a mirar, enseñar a mirar (I)
¿Qué es la biblioteca? Pigmentos y trazos
La naturaleza cambiante de los documentos (tablillas, papiros, pergaminos, papel, bytes) y sus condiciones de acceso condicionan nuestro concepto de biblioteca, bibliotecario y usuario. Con la digitalización el documento pierde el soporte y estas definiciones la consistencia; colección, usuario y bibliotecario adquieren un significado diferente que nos hacen cuestionar lo que es y debe ser la biblioteca y cuál será nuestro papel. Recurrir a la biblioteca porque es el lugar donde se encuentran los libros (todavía nuestro mayor activo) se agota; conseguir que los ciudadanos nos sigan considerando opción para obtener información es cada vez más complicado y no creo que estemos en disposición de transformarnos en un “makerspace” sin libros de la noche a la mañana. ¿Dónde se encuentra la esencia de la biblioteca que queremos ofrecer?, ¿tenemos que rellenar con tecnología los huecos dejados por los libros que no vamos a comprar?, ¿seguirá siendo la lectura nuestro eje vertebrador?, ¿hacia dónde debemos dirigir la mirada ahora que el libro parece no tan importante?
Nos gusta imaginar las futuras bibliotecas como espacios dinámicos y abiertos, transitados por personas que utilizarán la tecnología para aprender, hacer y enseñar. A mi también, y creo que estará a nuestro alcance si apostamos por abandonar nuestra zona de confort para superar dinámicas consideradas consustanciales. Y a veces no será fácil:

Queja sobre el funcionamiento de la biblioteca enviada al ayuntamiento de Muskiz y contestación a la misma.
“Buenos días! En el día de ayer 17/05/2016 me encontraba junto a otras personas en la biblioteca y llegaron unos chavales montando bastante jaleo. Le dijimos a la encargada de la biblioteca que por favor les dijera algo ya que en una biblioteca una de las normas es estar en silencio y más que nada por respeto a las personas que allí nos encontrábamos. La respuesta que nos dió fue inaudita: que si necesitábamos silencio nos fuéramos al aula de estudio que hay habilitada al lado. Por supuesto abandonamos la biblioteca varias personas, pero no es justo que las personas que cumplimos las normas seamos las que tengamos que abandonarla porque los responsables no hagan su trabajo.
Un saludo”
“Hola A, muchas gracias por hacernos llegar tu queja.
Los espacios bibliotecarios son, hoy en día y por méritos propios, unos de los principales espacios comunitarios de las sociedades contemporáneas. Esta socialización basada en la igualdad de acceso a los recursos de información y de conocimiento ha permitido incorporar nuevos perfiles de usuarios y también nuevas formas de usar, entender e interactuar con la biblioteca. Estas nuevas formas de uso de la biblioteca han añadido a las mismas una nueva variable: la gestión del ruido. El silencio es un servicio que la biblioteca ofrece pero no garantiza.
La biblioteca de Muskiz es un espacio al que a diario acuden muchas personas y los responsables intentan dar el mejor servicio conciliando todas las necesidades: hay personas que necesitan estudiar, otras conectarse a internet, muchos niños vienen al club de lectura, adultos a por libros…la variedad de tareas a realizar por el personal de la biblioteca es muy variada, entre ellas mantener el orden. Conseguir un equilibrio que satisfaga a todos es difícil.
En esta biblioteca no hay ninguna norma sobre la obligatoriedad de estar en silencio pero, sabedores de su importancia para el estudio y la lectura, tenemos una sala de estudio en la que, ahí sí, hay que respetar el silencio.
Ayer por la tarde pasaron por la biblioteca 75 personas, sobre las 17:00 habría unas 40, y en ningún momento hubo «jaleo» aunque sí ruido. Al ver que empezaba a haber muchas personas usando nuestros servicios nos limitamos a recordar a los usuarios que necesitaban silencio que tenían a su disposición la sala de estudio.
Atentamente
Fernando Juárez. Bibliotecario»
Los automatismos delatan que seguimos muy condicionados por cómo hemos interiorizado lo que debía ser una biblioteca. Los profesionales nos sentimos cómodos en el tradicional y poco conflictivo ecosistema colección-estudio-silencio, nos sigue preocupando más la integridad y la salvaguarda patrimonial que la difusión (estoy pensando, por ejemplo, en las políticas de préstamo con sus multas y sanciones); los usuarios nos siguen viendo como suministradores de libros, de información (… aunque pueden recurrir a agentes tecnológicos que están mejor preparados para suministrar datos) y de un espacio de silencio. No creo que consideren (consideremos) que su papel en la biblioteca vaya más allá de usar el wifi, sentarse y pedir un libro.
Si nuestra propuesta se estanca en el monocultivo libro-estudio-silencio el uso de la biblioteca será muy estacional, perderá la atención de los usuarios y nuestro papel profesional será irrelevante/prescindible. Para el futuro imaginado necesitaremos superar estereotipos, alterar inercias y evitar perdernos buscando altamiras tecnológicas* (tan inalcanzables para la mayoría de las bibliotecas en el entorno digital como anteriormente en el analógico). Por eso me gusta la idea de bibliotecas como espacios demandados (y financiados) por la comunidad, acondicionados, administrados y orientados por bibliotecarios y dedicados a la creación de conocimiento para mejorar la vida de la comunidad a la que sirven que nos propone David Lankes. Me gusta por el protagonismo que concede a las personas (profesionales y usuarios), por la confianza que muestra en nuestras posibilidades. Bajo su punto de vista las colecciones (o la tecnología) no son la finalidad sino la herramienta para conseguir un propósito superior: mejorar la sociedad a través de la creación de conocimiento. Y apunta hacia dónde dirigir la mirada: “no estamos en el negocio de la información; estamos en el negocio del conocimiento lo cual nos sitúa en el negocio de la conversación”.
Conformar y organizar una rica y variada colección, crear servicios de búsqueda y referencia, asesorar a los lectores, facilitar el acceso a recursos, proporcionar un ambiente adecuado y seguro, motivar a las personas… son acciones al alcance de todo tipo de bibliotecas que nos permiten aprovechar las inercias de nuestro pasado-presente (con las que nos sentimos cómodos) para facilitar esa creación de conocimiento que hará que nuestras comunidades estén mejor preparadas. Francamente, lo de crear conocimiento me parece un poco pretencioso pero sí que podemos mejorar la comunicación con nuestros usuarios y propiciar un ambiente distendido que facilite esa conversación que tal vez se convierta en el germen del conocimiento. La receta: alterar las inercias y aprender-enseñar a mirar la biblioteca de otro modo.
Alterar las inercias
Cuando empecé a trabajar en la de mi pueblo sabía qué caracterizaba una buena biblioteca y buscaba ofrecérsela a mis usuarios. Consideraba, como la mayoría que nunca se ha acercado a una, que era un combinado de libros (muchos, buenos y variados) y (extremo) silencio para propiciar el estudio, la lectura y la reflexión. Aunque construir una gran colección se escapaba de nuestro presupuesto sí podíamos (y debíamos) al menos salvaguardar el silencio. Y, ya es mala suerte, nuestra biblioteca tenía una puerta con una ventana de cristal por la que se asomaban a curiosear los que acudían a otros servicios de la casa de cultura. Me molestaba sobremanera que, tras el fisgoneo, los más osados entrasen a saludar a algún conocido o incluso a mí, ¡el bibliotecario!… Mi primera decisión profesional importante fue ordenar cambiar la puerta.
La puerta es la primera toma de contacto que proponemos y condiciona nuestra comunicación. Si es opaca aísla, encapsula el espacio, no invita a entrar a quien no tenga algo concreto que hacer dentro. La disposición del espacio, el mobiliario, la señalización también anticipan qué podemos esperar y cómo debemos comportarnos. En nuestra biblioteca nada invitaba a entablar una conversación que no veíamos necesaria; quien traspasaba la puerta susurraba para no alterar el silencio. Esa era la realidad ajustada a cómo entendíamos y definíamos la biblioteca.
Internet nos ha cambiado. Empezamos a vislumbrar que tal vez exista una biblioteca sin papel pero no sin personas. La colección, sea de la naturaleza que sea, sigue siendo nuestro mayor activo y ,tal y como la entendemos ahora, para mejorarla necesitamos ser visibles y animar a participar por muy ruidoso que sea. Tras veinte años buscando y forzando el recogimiento lo primero que hicimos al reformar la biblioteca fue cambiar la puerta por una totalmente diáfana, de cristal. El cristal nos hace más transparentes, ensancha el espacio, anima a entrar, invita a conversar. Esa es la realidad ajustada a cómo entendemos y defendemos ahora la biblioteca.
Aprender a mirar, enseñar a mirar
¿Qué pensamos de alguien que acude a la biblioteca? La mayoría convendremos en que necesita algo que la biblioteca (nosotros) le puede ofrecer y creo que estamos en lo cierto (probablemente los usuarios tendrán una opinión parecida). Sin embargo, esa manera de mirar y entender lo que sucede (el usuario pide, nosotros damos) condiciona los roles (nos otorga un mando en plaza que acentúa la pasividad del usuario), encorseta los servicios y nos sitúa en un plano divergente al futuro imaginado.
Hemos comentado que la naturaleza cambiante de los documentos condiciona nuestro concepto de biblioteca, bibliotecario y usuario. ¿Y si nos planteásemos, dada esa naturaleza cambiante, que quien viene a la biblioteca es un potencial documento que podría enriquecer la colección? Quien necesita información implícitamente nos está diciendo que ese tema por el que pregunta le interesa, que quiere/necesita aprender más y que, probablemente, pueda tener cierto dominio sobre él. ¿Cómo sabremos si quien viene a pedir nos puede dar?, ¿cómo hacemos saber al usuario que tiene un conocimiento que nos interesa? Actuando como los arqueólogos con los espeleólogos: enseñando a nuestros usuarios esta nueva manera de entender su protagonismo en la biblioteca, diciéndoselo con hechos. Nos ayudará ser menos estrictos con el silencio, ser proactivos preguntando, pidiendo la opinión, animando a que las personas que acudan a la biblioteca crucen palabras, se conozcan. La conversación (formal o informal, presencial o virtual) es una actividad gratificante que crea un clima de complicidad que animará a compartir ideas, pedir ayuda, y , porqué no, a crear nuevos contenidos.
Replantear la comunicación, actualizar lo que hasta ahora entendíamos como “puntos de contacto” (el edificio en horario determinado), reconsiderar jerarquías, crear el entorno adecuado para posibilitar múltiples conversaciones (profesional-usuario, profesional-profesional, usuario-usuario) es lo que diferenciará una biblioteca suministradora de información, inviable en la sociedad conectada, de una biblioteca que aspira a mejorar la comunidad. Nuestra actitud mostrará este cambio en el modo de entender y hacer. Lo de la creación de conocimiento, si tiene que llegar, ya llegará.
Este escrito recoge a grandes rasgos las ideas que quise transmitir durante mi intervención en las Jornadas Transferencias II (Madrid, 11 y el 12 de marzo de 2016) y acaba de ser publicado en el Boletín de ANABAD.
* “si ha lugar redefinir la biblioteca para el futuro, cosa que ciertamente tiene sentido hacer, no ha de ser a partir de un nuevo marco tecnológico sino, de un marco sociológico, e incluso me atrevería a decir antropológico.Olvidemos los soportes documentales y preguntémonos qué necesidades cubría y qué necesidades debe cubrir la biblioteca” Anglada, Lluís . Rellenando espacios: las bibliotecas como tejido conector en una sociedad densa = Filling in spaces: libraries as connecting tissue in a dense society., 2016 In: Bibliotecas 2029 : Documentos de las Jornadas «Bibliotecas 2029». Murcia: ANABAD, pp. 79-83. [Book chapter] [fecha de acceso 17 Junio 2016]