Perico es la persona más madrugadora en llegar. Todos los días, sobre las 7 de la mañana, se preocupa de limpiar y adecentar la biblioteca. Para las 8 todo está en orden. No solemos coincidir pero últimamente nos cruzamos a menudo en la puerta, él ultimando el fregado del suelo, yo quitándome las legañas antes de empezar la tarea. Hoy, tal vez viendo mi cara de extrañeza y casi justificándose por su retraso, comenta que nota todo más alterado, que donde antes tardaba 5 ahora necesita 25 y me pregunta si estamos haciendo algo especial en la biblioteca. Sonrío y le digo la verdad «No, lo de siempre«.
Inma, mi compañera, es la última en salir. Hoy me ha recibido con un «No damos abasto» entre preocupada y contenta. Tanto préstamo, demanda de ordenadores y niños con lote familiar nos están obligando a olvidar el prohibido prohibir poniendo normas para gestionar espacios y cacharros; tanta solicitud de ayuda y préstamo nos impiden acometer esa guía de lectura que teníamos en mente, el club de lectura tiene listas de espera dignas de sanidad y la estantería de las recomendaciones se encuentra desolada tras la jornada.
M., mi responsable político, no engrosa las listas de espera del club de lectura y no echará en falta esa guía que no podemos sacar adelante; tampoco estará preocupada ni por la llegada del préstamo interbibliotecario ni por la ausencia de ese libro que quiere leer. Y es una pena porque de lo contrario podríamos comentar lo que me han dicho Perico e Inma mientras negociamos los presupuestos.
Sí, esta biblioteca está en crisis y no es económica precisamente.